Imaginemos un concurso de televisión en el que el público
pudiera votar para desterrar del cuerpo humano alguno de los mecanismos
fisiológicos de defensa o de limpieza más comunes (sentir calor, frío, estornudar, defecar, el dolor...).
Sin duda ya en la primera eliminatoria el elegido sería el dolor. A
nadie le gusta el dolor. Es incómodo, inoportuno e incapacitante. Es un
mecanismo engorroso en la mayoría de los casos y puede hasta convertirse en un
obstáculo importante para disfrutar nuestra vida.
Y a pesar de esto, el dolor es nuestro amigo. Por eso existe. Nos indica que alguna cosa no va bien, que debemos actuar si no queremos que se produzca un daño más grave. Por ejemplo, cuando nos torcemos el tobillo nos duele para que no se nos ocurra apoyarlo en el suelo y empeorar así la lesión. Gracias al dolor sabemos que no es bueno hacer cosas como jugar con fuego o golpear la cabeza contra una pared. Parece evidente, pero sin estas señales nerviosas tan delicadamente coordinadas no podríamos detectar y evitar muchos de los peligros que nos rodean. Ni tampoco tendríamos un aviso cuando algo no funciona en nuestro interior.
El problema viene cuando NO nos
damos por enterados de cuál es el problema o cuando esta alarma se queda
estancada en la posición de 'encendido' sin motivo aparente: no se puede
desconectar. Es en estos casos en que la mayoría de las personas echan mano de la química
para engañar a nuestros sentidos y acuden a productos farmacéuticos
llamados analgésicos o anti-inflamatorios, los cuales actúan por diferentes vías para bloquear el
mecanismo del dolor y para desinflamar. Los analgésicos y anti-inflamatorios son fármacos muy útiles, pero
tienen sus limitaciones, efectos secundarios, costos y realmente NO son la panacea.
Encontrar el interruptor
que nos permita apagar el dolor cuando queramos, sin que esto genere efectos
secundarios insoportables, es uno de los retos de la medicina moderna y uno de los objetivos de esta jornada mundial de "Por un Mundo Libre de Dolor".
Por eso son tan importantes los trabajos de los doctores
Watkins, Minke y Julius, por los cuales recibieron, en el año 2010, el premio
Príncipe Asturias de Investigación Científica y Técnica.
Watkins, Minke y Julius, cada uno
desde su especialidad, han aportado información clave para entender cómo
funciona el dolor. No tenemos aún todos los datos, naturalmente. Como todos los
procesos biológicos, el dolor es terriblemente complicado. Por
ejemplo, tan sólo hace unos años se descubría una explicación a nivel celular
de porqué la acupuntura (que lleva cientos de años practicándose) es capaz de
calmar ciertos dolores. Nos queda mucho por entender. Es importante reconocer
la contribución esencial de estos tres científicos, sin la cual no sería
posible, en un futuro, dar el siguiente paso:
Hacer
callar el dolor cuando nos cansemos de escucharlo.
Antes de poder cambiar algo en nuestro organismo, tenemos
que entender cómo funciona el proceso a nivel de las células y las moléculas
implicadas, y esto es lo que sus estudios nos revelan. Los tratamientos
actuales contra el dolor actúan de forma genérica y más bien imprecisa, y su
efecto analgésico fue descubierto en muchos casos de forma accidental.
Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica 2010
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Ciencia contra el dolor.. Julius, Watkins y Minke se enfrentan al inmenso desafío de hallar fórmulas para aplacar selectivamente el dolor, un mal que atemoriza más que la misma muerte, y por lo que han sido reconocidos con el premio Príncipe de Asturias de Investigación 2010 David Julius, Linda Watkins y Baruch Minke han consagrado su vida al reto científico de paliar el dolor y ahora los premios Príncipe de Asturias reconocen su esfuerzo galardonándolos con el premio de Investigación. Saben ellos como imagina el resto que vivir con dolor es una de las experiencias más traumáticas que el ser humano está condenado a soportar. Con esa visión, la de la condena, la de la imposibilidad de hacer frente, se han construido las civilizaciones: «Con dolor parirás los hijos», dice la Biblia. |